Ciudad Rodrigo -fortaleza enclavada en el camino que lleva a tierras lusas atravesando la provincia de Salamanca- sufrió dos asedios durante la Guerra de la Independencia. El primero entre los meses de abril y julio de 1810, llevado a cabo por las tropas imperiales del Armée de Portugal, comandado por el veterano mariscal Masséna. La tenaz resistencia de la guarnición española, liderada por el general Andrés Pérez de Herrasti, no fue en vano: los imperiales perdieron un tiempo precioso en las labores de asedio, lo que permitió a Lord Wellington y a su ejército británico-portugués culminar su estrategia de defensa de Portugal y rechazar una invasión que, si se hubiera llevado a cabo con éxito, habría convertido a la Península Ibérica en un nuevo trofeo para Napoleón. No obstante, al final la plaza tuvo que capitular el 10 de julio de 1810 y las tropas españolas que la habían defendido y sobrevivido fueron enviadas a un penoso cautiverio en tierras de Francia y los Países Bajos.
El segundo sitio de Ciudad Rodrigo tuvo lugar en enero de 1812, cuando Lord Wellington, que había logrado expulsar a los franceses de tierras lusas unos meses antes, decidió que había llegado la hora de recuperar las fortalezas fronterizas de Ciudad Rodrigo y Badajoz para las autoridades españolas y lanzar una ofensiva que terminara con los franceses al otro lado de los Pirineos. El gobernador francés Barrié rindió la plaza el 20 de enero de 1812; otra victoria para Lord Wellington, aunque bajo los escombros de las murallas de Ciudad Rodrigo yacían sepultados los cuerpos de dos de sus mejores generales: Robert Craufurd y Henry Mackinnon.