El médico militar escocés Adam Neale (1780-1832) desembarcó en la costa portuguesa el 1 de agosto de 1808, integrado en la fuerza expedicionaria británica que, comandada por Arthur Wellesley, iba a vencer a los franceses en las batallas de Roliça y Vimeiro, libradas el 17 y el 21 de agosto respectivamente. Esas mismas tropas abandonaron Lisboa el día 26 de octubre y avanzaron hacia La Raya, con la intención de auxiliar a los ejércitos españoles, que no iban a aceptar de ninguna manera a José Bonaparte como su nuevo monarca. Los británicos llegaron a Ciudad Rodrigo el 11 de noviembre y su general en jefe en ese momento, John Moore, nos cuenta sus primeras impresiones sobre España a través de su diario:
Salamanca, 14 de noviembre… El día 11 continué hasta Ciudad Rodrigo, recorriendo seis leguas a través de un terreno abierto. Un pequeño arroyo divide los dos países. Como a dos leguas de Almeida –Portugal– hay una colina en el lado español que está fortificada. Se llama Fuerte de la Concepción, pero no sirve para nada, porque el terreno es abierto y el río vadeable por todas partes. Ciudad Rodrigo es una antigua ciudad amurallada. El gobernador salió a recibirnos a tres kilómetros de la fortaleza, me saludaron con una descarga de artillería desde las murallas, me llevaron a la casa del caballero más rico de la ciudad y me agasajaron. No se puede apreciar un cambio más grande, tanto en el aspecto del terreno, gentes y costumbres, como el que se produce nada más entrar en España desde Portugal. La balanza se inclina definitivamente hacia el lado de España y de los españoles. Al acercarnos a Ciudad Rodrigo fuimos recibidos con gritos de “Viva Inglaterra y los ingleses”. El 12 continuamos siete leguas hasta Martín de Yeltes, una pequeña aldea, donde nos alojamos en la casa del párroco, un hombre respetable y juicioso. Ese día, hacía doce meses, el general Loison había dormido en esa misma casa, y después Junot y todos los demás generales franceses en sucesión –en su camino para invadir Portugal–. El día 13, a nueve leguas de este lugar, tomé un atajo y así logré librarme del gobernador y su corporación, que me habían seguido después de recibirme en la ciudad. El campo que se ve al dejar Ciudad Rodrigo atrás es bonito y abierto, con muchos árboles, especialmente alcornoques. En este lugar quiero reunir el ejército. Los franceses han despachado a las tropas de Extremadura y han entrado en Burgos. Estas noticias me fueron confirmadas al llegar aquí. (1)
Neale, que iba en la retaguardia del ejército de Moore, llegó a Ciudad Rodrigo unos días más tarde, el 20 de noviembre, y, dada la belleza de la ciudad que se mostraba ante sus ojos, no pudo resistirse a hacer uno de sus dibujos, que en 1823 se convertiría en una litografía gracias a las habilidades artísticas de James Duffield Harding. Dicha litografía nos muestra la muralla, el castillo, el barrio de las Tenerías, la cuesta de Santiago, el Puente Mayor y, al fondo, el comienzo de la Sierra de Francia, destacando el pico La Hastiala. En este escenario pastoril la infantería británica cruza el puente de Ciudad Rodrigo al tiempo que algunos oficiales y arrieros portugueses cruzan por un vado que se encuentra junto al puente. Los caballos de los oficiales tienen las colas recortadas, como era costumbre entre los británicos, y quizá fuera en aquel tiempo cuando la doma vaquera propia del Campo Charro adoptara la misma costumbre, la de los caballos colines.
Por aquel entonces, en el otoño de 1808, los británicos entraron en un Ciudad Rodrigo que todavía estaba en manos de sus aliados españoles. Dado que entraban como aliados, en la litografía las tropas avanzan despreocupadamente hacia el interior de la fortaleza, al tiempo que una niña y dos mujeres observan su progresión sin temor alguno. De hecho, los británicos no tuvieron ningún problema para entrar, pero sí para salir, ya que los mirobrigenses confiaban en que las tropas del rey Jorge III se quedaran a defender la fortaleza, así que les decepcionó enormemente ver cómo se marchaban camino de Salamanca en los días sucesivos.
James Wilmot Ormsby, capellán castrense del ejército de Moore, también dejó constancia de sus impresiones tras cruzar La Raya:
Se percibe un cambio con respecto a la hospitalidad, pero se puede excusar por la gran cantidad de oficiales que hay alojados en casas particulares. Mi general está en la casa de un dignatario con todas las apariencias de riqueza, y por primera vez desde que dejamos Lisboa, no le han invitado a comer; el único cumplido que ha recibido ha sido un poco de fruta y una botella de vino peleón. Yo he tenido más suerte con mi anfitrión, un rico canónigo confinado en cama por la gota, que nos agasajó a mí y al coronel Roche muy generosamente. Nuestro primer plato fue una ensalada muy bien condimentada, lo que menciono por la novedad que supone empezar así una comida; el tercero fueron huevos con jamón, lo que menciono a su vez por lo curioso de su nombre, “La merced de Dios” (sic), y que proverbialmente se usa para explicar este plato nacional cuando no hay otra cosa que comer. Aquí hay muchas mansiones grandiosas y espaciosas y muchas muestras de opulencia y esplendor. Había pocas mujeres de clase alta en las calles, pero se exhibían en las ventanas abiertas y parecían muy contentas con el desfile de nuestras tropas, especialmente al ver nuestras bandas tocando música. Por lo que pude juzgar, son elegantes y sus vestidos atractivos, aunque de carácter austero, ya que el negro es el color más refinado y el que más se usa. Las mujeres de las clases bajas usan chaquetas de paño marrón y faldas de otros tonos, pero ambas animadas por un alegre dobladillo y ribetes en las mangas. Los hombres iban envueltos en sus capas, que difieren de las portuguesas sólo en que tienen bordes con colores oscuros. Los más pobres tienen grandes abrigos como los nuestros, pero con las mangas echadas sobre los hombros y la parte de atrás puesta sobre el pecho para dar calor. Ambos sexos destacan sobre sus vecinos en el aspecto exterior… Nos pusimos en marcha el 13, pasando de una gran ciudad a la muy pequeña aldea de Martín de Yeltes, y al día siguiente a San Muñoz, a través de un abierto bosque de encinas. Los campesinos estaban ocupados en golpear las bellotas con mayales, mientras los cerdos las devoraban y las mujeres y los niños las recogían en trapos. No soy muy conocedor de la belleza porcina, pero creo que estos podrían vanagloriarse de sus encantos y ser admirados en cualquier círculo. Eran de un azabache profundo, bajos de estatura, cabezas pequeñas y agradables, largos, redondos y con ceñidas siluetas y, en mi humilde opinión, de la más perfecta simetría… (2)
Neale terminaría, como el resto del ejército en el que estaba integrado, embarcando el 16 de enero de 1809 en el puerto de La Coruña de vuelta a Gran Bretaña, tras sufrir el crudo invierno leonés durante una retirada en la que los franceses les pisaron los talones en todo momento. De vuelta a casa publicó sus Letters from Spain and Portugal, uno de los primeros libros dedicados a la Guerra Peninsular junto a los Sketches of the Country, Character, and Costume, in Portugal and Spain del capellán castrense William Bradford, que también participó en la desafortunada expedición del general Moore.
Atrás quedaba Ciudad Rodrigo, fortaleza a la que le tocaría en suerte sufrir el duro asedio al que la sometió el mariscal Ney entre los meses de abril y julio de 1810, y que no obtuvo ningún tipo de auxilio por parte de los aliados británicos, que estaban posicionados en la frontera en ese momento.
Por otro lado, la siguiente vez que el ejército británico entró en Ciudad Rodrigo fue la noche del 19 enero de 1812, y en esa ocasión ya no sería de la forma pacífica que nos muestra el dibujo de Neale, sino a sangre y fuego, ya que la fortaleza estaba por entonces defendida por una guarnición francesa que era dueña de la misma desde que el general Herrasti tuviera que capitular ante el enemigo francés el 10 de julio de 1810.
Miguel Ángel Martín Mas
(1) MAURICE, J. F. The Diary of Sir John Moore, London, Edward Arnold, 1904, tomo II, p. 279.
(2) ORMSBY, James Wilmot. An Account of the Operations of the British Army and of the State and Sentiments of the People of Portugal and Spain during the Campaign of 1808-1809. London, James Carpenter, 1809, pp. 9-12.