Benjamin Lovell Badcock, capitán inglés del regimiento de caballería 14º de Dragones Ligeros, combatió en la batalla de Los Arapiles y volvió a recorrer la provincia de Salamanca veinte años después, en 1832. Las experiencias de su segunda visita a la Península Ibérica se vieron reflejadas en su diario, Rough Leaves from a Journal Kept in Spain and Portugal During the Years 1832, 1833 & 1834, publicado por Richard Bentley en Londres en el año 1835. Lovell Badcock fue enviado por el gobierno británico de vuelta a la Península para recabar información sobre la guerra civil portuguesa, que enfrentaba a los absolutistas, que apoyaban al rey Miguel I, y a los liberales, partidarios de su hermano Pedro.
En su camino de Plasencia a Salamanca, Lovell Badcock hizo parada y fonda en la localidad de Fuentes de Béjar, lugar que le sorprendió gratamente por haber podido dormir en una cama libre de pulgas y donde una familia, que no podía mantener a todos sus hijos, le ofreció llevarse “una niña pequeña muy bonita y de ojos negros o a un niño vestido con harapos”. Los pobres chiquillos se quedaron en su pueblo y el oficial inglés, su arriero y su criado portugués siguieron su camino hasta la ciudad de Salamanca, adonde llegaron el día 19 de julio de 1832. Lo primero que hizo nuestro protagonista fue presentarse ante el general Pedro Sarsfield, por entonces comandante general de Extremadura, ya que su misión estaba avalada tanto por el gobierno británico como por el español.
En un principio se alojó en la casa de un canónigo llamado José María Varilla, pero terminó trasladándose a la Posada del Navarro, ya que no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que la gente de iglesia salmantina, por el mero hecho de ser inglés, le consideraba como un peligroso liberal. De la posada le gustaron el propietario, que era muy hablador y le ofrecía valiosa información, las ancas de rana y los cangrejos de río.
El día 22 de julio asistió al desfile conmemorativo del vigésimo aniversario de la batalla de Los Arapiles y ese mismo día le convocó a una reunión el deán de la catedral, Alejo Guillén, del que afirma que obtuvo su posición por haber hecho labores de espionaje para Welllington durante la guerra, asunto este último que conocemos perfectamente por otras fuentes, entre ellas el libro Un héroe inédito de Salvador Llopis. La reunión no duró mucho tiempo, ya que estaba claro que el sacerdote no le había hecho llamar por cortesía, sino para sonsacarle información al respecto de su confesión religiosa, sus ideas políticas y la misión que estaba llevando a cabo. Harto de los impedimentos y las sospechas que encontraba en Salamanca, Lovell Badcock decidió, a pesar de los caminos infestados de bandidos, dirigirse hasta la frontera para comprobar con sus propios ojos si los españoles estaban trasladando tropas hasta allí con la intención de involucrarse en el conflicto civil luso.
Al gobernador de Ciudad Rodrigo, el general catalán Joan Romagosa i Pros, no le hizo mucha gracia tener a un inglés husmeando por sus dominios. De hecho, un día, mientras paseaba por el adarve de la muralla, Lovell Badcock fue detenido y acusado de espionaje a causa de los dibujos que había estado haciendo durante el recorrido. Al final puedo convencer al gobernador de que conocía la fortaleza de sobra y de que no necesitaba venir a espiar, ya que ya había estado allí en el año 1812. El detenido recuperó su libertad, aunque la autoridad mirobrigense se la concedió refunfuñando, ya que pensaba que podía haber hecho méritos con la captura de un agente secreto británico.
En la localidad de Gallegos de Argañán, que había sido durante la guerra cuartel general de la División Ligera, los paisanos le preguntaron “por todos los oficiales que habían estado allí” y particularmente por el “Senor Lorde” (Wellington). Allí mismo, una mujer, de nombre Leonora, le contó que, a pesar de los años pasados, no había olvidado en ningún momento a su amor inglés de juventud. Luego pasó por el Fuerte de la Concepción para comprobar si la lápida de la tumba de su amigo Neil Talbot, coronel del 14º de Dragones Ligeros, seguía en pie, pero, para su disgusto, no quedaba rastro de ella. Talbot, herido de muerte el 11 de julio de 1810 mientras cargaba contra un cuadro de infantería francés en un combate que se libró entre las localidades de Barquilla y Villar de Argañán, fue enterrado en el glacis de la fortaleza. En Castillejo de dos Casas, su antigua patrona, doña Ignacia, le reconoció a la primera y le invitó a comer, entreteniéndole durante un buen rato con historias de los viejos tiempos de la guerra contra el francés.
El 5 de agosto dejó definitivamente Ciudad Rodrigo, tomando el camino de San Felices de los Gallegos, donde pasó la noche en casa de un antiguo lancero del regimiento del coronel Julián Sánchez. Al día siguiente se plantó en Hinojosa de Duero, donde registró en su diario lo diferentes que le seguían parecido los españoles y portugueses, en costumbres y carácter, a pesar de lo cerca que vivían unos de otros. Desde Vitigudino se dirigió a Salamanca y en la capital se volvió a hospedar en la Posada del Navarro, pero, devorado por las pulgas, al día siguiente se buscó alojamiento en la casa de don Benito Mor, en la calle Consuelo, disfrutando de una buena vista de la Torre del Clavero y de los cernícalos que la habitaban. A los pocos días volvió a sufrir la soledad y la incomunicación, ya que los salmantinos no se atrevían a hablar con él por miedo a que las autoridades pensaran que tenían ideas liberales. Lovell Badcock recuerda en su diario que la única persona que le mostró algo de afabilidad por aquellos días fue una “señorita entrada en carnes”, de nombre Rita Montero, que regentaba un café en la Plaza Mayor. El día después a su llegada a la capital el inglés disfrutó de las aguas termales de Ledesma y a la vuelta se encontró con don Esteban Alonso Ortega, el comerciante salmantino que le prestaba el dinero necesario para llevar a cabo su misión. Lovell Badcock nos cuenta que la Salamanca de 1832 todavía tenía algunos de sus barrios en ruinas como consecuencia de la guerra librada veinte años atrás, pero que su mercado estaba muy bien provisto de verdura, fruta, excelentes truchas, cangrejos, anguilas, ranas y aves de corral, aparte de caza de todo tipo: liebres, perdices, palomas, codornices y, en ocasiones, venado.
El antiguo capitán de Dragones Ligeros no podía perder la oportunidad de volver a pisar el campo de batalla de Los Arapiles, así que una mañana cabalgó hasta allí para terminar encontrando que en dicho paraje todavía había huesos humanos, calcinados por el sol, desperdigados por todos lados. También tuvo ocasión de conocer a Francisco Sánchez, El Cojo de Arapiles, “que se había puesto muy gordo” y que todavía recibía una pensión por la pérdida de una pierna mientras hacía labores de guía para Lord Wellington.
Hacia mediados de septiembre, y habiendo disfrutado de la feria de ganado de Salamanca, que le sorprendió muy gratamente, Lovell Badcock fue a visitar al cura de La Mata de la Armuña, don Alonso Caballero. En ese mismo pueblo reconoció a unos arrieros que durante la guerra habían trabajado para el ejército británico. Pudo comprobar cómo vivían más que holgadamente, todo gracias al botín obtenido el 21 de junio de 1813, cuando los franceses, con el rey José a la cabeza, se retiraron del campo de batalla de Vitoria, dejando abandonados carros llenos con las riquezas que pretendían llevarse de España.
El protagonista de esta historia terminaría su misión en la provincia de Salamanca el 16 de octubre de 1832, no antes sin dejar plasmada en su diario la profunda impresión que le causó la costumbre de colocar al difunto a la puerta de casa, en un ataúd abierto, para que los vecinos pudieran pasar a dar el pésame antes del entierro. Un año después el difunto sería Fernando VII, que dejaba como heredera a su hija Isabel, sumiendo a España en una primera guerra civil, seguida por otras tres, y que sería el preludio de uno de los períodos más oscuros de nuestra historia, que se alargó hasta el año 1975.
Miguel Ángel Martín Mas
Imagen: retrato de Benjamin Lovell Badcock con uniforme de húsar y en la época en la que era teniente general del ejército británico. Sobre el pecho exhibe la Military General Service Medal, una condecoración concedida a todos los participantes, sin distinción de grado, en la Guerra Peninsular. Benjamin Lovell la recibió con once pasadores, ningún otro oficial de caballería ganó tantos, uno por cada acción de guerra en la que participó.