Un ejército británico -que había desembarcado al norte de Lisboa en agosto de 1808 y vencido a los franceses en territorio portugués en las batallas de Roliça y Vimeiro- llegó a la ciudad de Salamanca el 13 de noviembre. Un mes después el general al mando de dicha fuerza expedicionaria, John Moore, decidió retirarse hacia La Coruña y reembarcar su ejército de vuelta a Inglaterra, decepcionado ante el escaso ardor guerrero de la población y las autoridades locales y preocupado por las noticias que le llegaban al respecto del avance de Napoleón hacia Madrid.
Las tropas francesas entraron en una atemorizada ciudad de Salamanca el 16 enero de 1809 sin encontrar resistencia alguna. Entre esa fecha y el 26 de mayo de 1813 la capital charra cambiaría de dueño según se sucedieran las ofensivas, las contraofensivas, las victorias y las derrotas de uno y otro bando.
Los ocupantes franceses se afanaron en levantar tres fuertes que sirvieran de refugio a la guarnición de la ciudad y de almacén de todo tipo de pertrechos militares, utilizando para ello los edificios de los conventos de San Vicente, San Cayetano y La Merced. Un tercio del patrimonio monumental de la ciudad de Salamanca quedó destruido a causa de la construcción de dichos fuertes, el asedio al que los sometieron los aliados entre el 17 y el 27 de junio de 1812 y la explosión accidental, el día 6 de julio de 1812, de una enorme cantidad de pólvora que se había encontrado almacenada en ellos.
Pero no acabaron ahí los sufrimientos para los salmantinos, ni siquiera tras la gran victoria de los aliados en la batalla de Los Arapiles el 22 de julio de 1812, porque el 15 de noviembre de ese mismo año las tropas francesas regresaron a la capital cometiendo todo tipo de tropelías como venganza por el mal trato dado a sus soldados heridos y prisioneros.